lunes, 4 de agosto de 2008

SOBRE LA SOBERBIA

La soberbia consiste en una especie de amor propio indebido: un orgullo sin límites y muy próximo a lo morboso.

Por consiguiente, quien la padece busca insaciablemente honores, reverencias y genuflexiones.
Para Santo Tomás de Aquino -el teólogo- la soberbia encabeza la lista de los siete pecados capitales. Pues se opone a la modestia y, por supuesto, contradice abiertamente aquello que la virtud de la humildad afirma y sugiere.

La soberbia estimula la arrogancia, el endiosamiento y sobre todo la megalomanía: aquella actitud de mirar a nuestros semejantes desde una postura de ente extramundano. Pero hay más: la soberbia lleva al ser humano a creer que ha superado su condición de tal, para convertirse en una enfermiza personificación del mismísimo Dios.

Un gobernante, en cierta oportunidad, hizo pública una declaración tan pomposa como amenazante: “¡aquí no se mueve una hoja sin que yo lo sepa…!” Otro, a su vez, no mucho tiempo después y casi siguiendo el mismo estilo, increpó a un periodista que lo entrevistaba, mediante una sentencia no menos pretenciosa: ¡usted señor -le dijo alzando su voz al unísono con su dedo índice- debe confiar en el criterio del Presidente de la República…! ¿Qué tal? ¿Qué les parece? ¿Cuánta soberbia hay en estas actitudes? Infinita, diría yo.

Por eso, amiga. Por eso, amigo… ¡cuídate de caer en las garras del ensoberbecimiento…!, ya que éste ha dado lugar a innumerables calamidades en la historia universal.
Se dice que son mucho más los reinos o gobiernos a los que derribó la soberbia, que los que sucumbieron por obra de la espada u otras acciones. En consecuencia, no pierdas nunca de vista que sólo eres humano y por ende llevas consigo una estirpe defectuosa de la cual no puedes desentenderte. Por tanto, siempre cargarás sobre tus espaldas el peso de la precariedad e “incompletud”.

Entonces, ¡jamás dejes de ser humilde, porque eres esencialmente imperfecto…! Protégete en consecuencia de las alabanzas. Más bien desconfía de ellas, porque la historia demuestra, a cada rato, que éstas habitualmente obnubilan hasta el buen juicio de los más notables. Recuerda un viejo latinismo que al respecto dice: “Toda perdición toma su principio en la soberbia”.

¡Tengámoslo presente…!

DR. SERGIO REY

domingo, 3 de agosto de 2008

SOBRE LO QUE SIGNIFICA SER UN VERDADERO ESTADISTA

Un verdadero estadista se diferencia sobremanera de un político común. Es capaz de conducir a su pueblo y, desde luego, trasciende las fronteras de su país. Posee una mirada excepcionalmente lúcida a largo plazo y le otorga a la época que vive su propio sello.

Un genuino estadista, sin duda, difícilmente cuente con el beneplácito de mediocres, timoratos y oportunistas: el pan de cada día en la cotidianidad política.

Un estadista indefectiblemente pasa a la historia. Sin embargo, aquello no le asegura loores ni aplausos en su tiempo; y quizás tampoco obtenga una aceptación óptima en las encuestas.

Los estadistas son sumamente escasos en el devenir histórico universal, pudiendo -inclusive- hasta contárseles con los dedos de una mano. Uno de ellos fue el general, estratega y político ateniense Pericles, quien vivió entre los años 495 y 429 a.C. Gobernó Atenas durante cuatro décadas, dándole su nombre a todo un siglo: el siglo de Pericles. Como militar creía en la planificación y la acción. En cuanto a hombre público -educado por filósofos-, valoró el pensamiento y tuvo confianza en la capacidad del pueblo ateniense para dirigir todo tipo de asuntos de Estado.

En nuestra realidad -y particularmente en el último tiempo- se suele asignar la categoría de estadista a “ciertos actores” que en mi opinión están a años luz de serlo. ¡Qué desparpajo, diría yo…! Pareciera que por un malsano efecto comunicacional, hemos venido construyendo un sinónimo francamente perverso: que estadista significa lo mismo que demagogo.

Y es que si en Chile abundaran los estadistas -como algunos interesados nos quieren hacer creer- se habrían previsto los problemas energéticos que hoy nos aquejan. También lo que ocurre y ocurrirá con las reservas de agua dulce; y, desde luego, la preocupante situación limítrofe en el norte del territorio nacional.

Benjamín Disraelí -Primer Ministro de Gran Bretaña hacia 1867-, sostuvo que la diferencia entre un estadista y un político es que mientras el primero piensa en las futuras generaciones, al segundo sólo le interesa el próximo acto eleccionario.

Un estadista -repito- se anticipa al futuro. No confunde el concepto de plan estratégico con medidas netamente tácticas o electoreras. Un estadista no inaugura obras como si éstas ya estuviesen eficientemente materializadas, ni le endosa sus errores a quienes lo suceden en el cargo. Un estadista no gobierna mirando las encuestas y distingue muy bien la apariencia de la esencia. En buen chileno, “no confunde la paja con el trigo”. Un estadista sueña con un imposible, pero igualmente sabe lo que es posible.

Hace ya más de 170 años que nuestra república tuvo a un genuino estadista en el gobierno. Este nos adelantó que el futuro de Chile estaba en el Océano Pacífico. Del mismo modo, nos hizo ver que deberíamos estar muy alertas ante la dominación económica en ciernes que ya en aquel entonces insinuaba Mister Monroe, Presidente de los Estados Unidos. Igualmente dijo que el Estado debe ser manejado por pocos funcionarios, porque ello evita la burocracia y la corrupción. Fue un político que tuvo todo el poder sobre sus hombros; sin embargo murió absolutamente pobre, siendo asesinado a manos un grupo de militares que pretendían derribar el gobierno.
Ese hombre, un estadista de verdad, fue Don Diego Portales…

¡Tengámoslo presente…!


DR. SERGIO REY